Abuelita



Me entere de tu muerte cuando escuche a abuelito entrar a la casa dando la noticia. Acababa de despertar y escuche a lo lejos llamadas, llanto y el ir y venir de algunos papeles.

Decidí quedarme en cama, tomar las cosas con tranquilidad y así ha sido, sin embargo no puedo evitar llorar y sentir vivos los recuerdos. Porque tu me quisiste más y me da tanta nostalgia saber que no estarás en mi graduación por ejemplo.

Tiempo falta y tiempo sobra. Esta vez, no supe más que escribir como me siento y usar una adaptación de un poema de Jaime Sabines, porque dicen que la muerte es seguramente el mejor invento de la vida.

Amanecí triste el día de tu muerte, abuelita,
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.

Hiciste bien en morirte,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!

Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.

¡Te siento tan desamparada,
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina,
sin quien te dé un pan!

Ya sé que es tonto eso, que estás muerta,
que más vale callar,
¿pero qué quieres que haga si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte?

Me gustaría que cantaras
o que contaras el cuento de tus enamorados.
Las personas que te enterraron sólo tenían tragos y cigarros,
y yo no tengo más.

Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte,
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.

Exijo que los ángeles te tomen
y te conduzcan a la morada de los limpios.

Josefina, vaso transparente, cáliz,
que la muerte recoja tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
mientras entona cantos interminables.

Vas a ser olvidada de todos
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias;
pero en las mañanas, en la respiración del buey,
en el temblor de las plantas,
en la mansedumbre de los arroyos,
en la nostalgia de las ciudades,
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.

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Arturo Reversionado