Pero lo que no había aprendido
era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida. Esto no pudo
conseguirlo. Acaso ello proviniera de que en el fondo de su corazón
sabía (o creía saber) en todo momento que no era realmente un ser
humano, sino un lobo de la estepa.
Se han visto ya muchos hombres
que dentro de sí tenían no poco de perro, de zorro, de pez o de
serpiente, sin que por eso hubiesen tenido mayores dificultades en la
vida.
Ahora bien, a nuestro lobo estepario ocurría, como a todos
los seres mixtos, que, en cuanto a su sentimiento, vivía naturalmente
unas veces como lobo, otras como hombre; pero que cuando era lobo, el
hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando, enjuiciando y
criticando, y en las épocas en que era hombre, hacía el lobo otro
tanto.
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